POMPA Y CIRCUNSTANCIA.
A lo largo de la vida hay acontecimientos que nos alegran y otros que nos entristecen, unos son provocados por el hombre y otros que no podemos ni siquiera controlar, solo tenemos que asumirlos, uno de estos acontecimientos es la muerte, un hecho del que nadie escapa, tarde o temprano, y aunque no estamos preparados para ello, todos lo tenemos asumido.
Nuestras costumbres funerarias tienen sus raíces europeas, la moda del luto en sus distintos aspectos desde las vestimentas, los accesorios hasta el de los carruajes tuvo un auge cultural muy importante durante la mayor parte del siglo XX.
Cuando una persona moría era muy común realizar el velorio en el domicilio, por lo cual había que desalojar una habitación para utilizarla como capilla ardiente.
Una de esas costumbres funerarias, bastante particular por aquellos años a la hora de realizar un servicio era el uso del “Tarjetero” esa especie de gran urna funeraria donde los asistentes al velatorio dejaban sus datos.
Una vez contratada la empresa de pompas fúnebres esta realizaba el traslado del féretro y el aprovisionamiento de todos los ornamentos y catafalcos fúnebres.
Ya en el lugar elegido como capilla ardiente se colocaba un retablo de fondo generalmente con una imagen religiosa, iluminado con velas , los seis candelabros de bronce con sus correspondientes velas , que cada tanto debían cambiarse al consumirse, los cordones que entrelazaban las manijas del ataúd, el Cristo, los atriles para las flores, y el TARJETERO, este elemento generalmente de madera con una base de apoyo del mismo material ornamentado, donde la gente que acudía al velatorio dejaba su nombre y apellido, una vez finalizado el sepelio, todas estas tarjetas se las entregaban a los familiares del difunto y estos se encargaban de hacer imprimir unas tarjetas de agradecimiento en sobres con ribetes negros, por haberlos acompañado en esas circunstancias.
Familiares, amigos y vecinos acudían al velatorio que se respetaba a rajatablas las veinticuatro horas que debían pasar indefectiblemente para enterrar a la persona fallecida.
Los deudos servían café y licores atendiendo a la gente, que se pasaban horas de grandes charlas, encuentros y a veces hasta se contaban cuentos provocando una velada risa entre la “rueda” de conocidos.
Al cumplirse el primer aniversario de la muerte del familiar, se organizaba la misa de funeral y nuevamente se enviaban unas tarjetas de invitación a todos los que habían asistido a la despedida del difunto, estas tarjetas también con ribetes negros de luto, contenían los datos del difunto, lugar y hora en donde se realizaría la misa de funeral.
Sin dudas el uso del famoso tarjetero fue todo un rito social, en tiempos en los cuales había que regirse por ciertas reglas y costumbres que la sociedad imponía ante estas circunstancias, como también el uso del luto riguroso.
Fabian E. H. Ferrari.
Museo Histórico Arenaza.
Arenaza Bs. As.
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